Ayer me dieron una mala noticia, pero pronto me di cuenta de que era imposible que fuera una mala noticia.
Me comunicaron desde Tailandia que acababa de fallecer el padre Alfonso de Juan, misionero jesuita y mi hermano del alma. Me dio un vuelco el corazón, me tuve que tapar el rostro para disimular las lágrimas que asomaron a mis ojos, pero pronto sentí un gozo en mi interior: por fin, el padre Alfonso de Juan estaba donde merecía estar, en el Cielo.
Alfonso de Juan había nacido en Toledo, España, y en plena juventud profesó en la Compañía de Jesús, dispuesto a llevar la vida normal de un jesuita, haciendo su labor en España y poco más. Hasta que un día en una reunión de la Compañía, uno de los superiores preguntó: “¿ A alguno de ustedes le gustaría ser misionero?”. Y Alfonso se encontró levantando el brazo, y me comentaba con cierta gracia: “Esta es la hora en la que todavía no sé bien porque lo hice- y añadía- supongo que sería cosa del Espíritu Santo”.
El caso es que se encontró convertido en misionero y destinado a un país, Tailandia, oficialmente budista y en el que el catolicismo estaba muy mal visto. Pero hizo lo que pudo, a mí me parece que una maravilla tras otra: llegó a dirigir un campo de miles de refugiados que huían de la dictadura de Pol Pot y suma y sigue. Se jugaba la vida todos los días y por las noches daba gracias a Dios de seguir vivo.
Hasta que un día encontró la que había de ser su vocación definitiva. En un poblado de la frontera con Camboya, se topó que solo que había una niña, que se había quedado cuidando a su abuela anciana. El resto de las niñas habían sido captadas por la denominada “industria del sexo” y vendidas a los prostíbulos de Bangkok o de Pataya. Le impresionó tanto semejante atrocidad, que se entregó con alma y vida a la lucha contra la prostitución infantil.
Y fue cuando le conocí yo, por medio de Rasami Krisanamis, la budista de la que he hablado en bastantes de mis artículos, y me convertí en su fidelísimo colaborador. Tan fidelísimo que acabamos siendo como hermanos. Me vi compelido a crear una ONG, Somos Uno, dependiente del Ministerio del Interior, que le mandaba cientos de miles de euros, lo que permitía a Alfonso escolarizar a miles de niñas en grave riesgo de caer en la prostitución, y conseguir que muchas de ellas terminaran en la Universidad, porque en este negocio llevamos más de 20 años. Bastantes más.
¿Qué va a pasar ahora que ha muerto Alfonso? Que vamos a seguir con el mismo entusiasmo de siempre, con la tranquilidad de que Alfonso nos va a ayudar desde el Cielo.
Me hubiera encantado ir a su funeral, pero dada mi avanzada edad – 96 años- no he podido. Pero ha debido de ser precioso: me han mandado videos de cientos , o miles de niñas rezando por su protector el padre Alfonso de Juan.
En vida yo era muy respetuoso con Alfonso- y él lo era conmigo-, pero ahora me he vuelto más exigente, y le digo: “A ver lo que haces Alfonso desde el Cielo. Ten en cuenta que, gracias a ti, tenemos más de dos mil niñas que dependen de nuestras oraciones, y un poco de nuestro dinero. No nos vayas a dejar mal”.
Es maravilloso creer que todo es posible para quienes creen en Dios. Yo, cuanto más viejo soy, más creo.